Mirta Roncagalli
La comida es uno de los aspectos centrales de la cultura italiana. Eficaces políticas sociales e identitarias se han desarrollado a lo largo de los siglos alrededor del elemento culinario tanto en Italia como en aquellas tierras adonde los italianos emigraron. En concreto, en la comunidad de migrantes italianos en Buenos Aires, ha ido formándose una narrativa alrededor de los productos alimenticios y de los hábitos gastronómicos que ha abandonado los confines privados y familiares dentro de los que había nacido para influir y modificar el espacio público del que ha entrado a formar parte.
Uno de los foros públicos en el que es posible apreciar la construcción de un discurso comprometido alrededor de la comida son las publicaciones periódicas como las memorias de la Sociedad Italiana de Beneficencia y los anales de la Unión y Benevolencia – Asociación Italiana de Socorros Mutuos. Eran un tipo de prensa étnica escrita y dirigida por los líderes de las asociaciones y clubes italianos, instituciones que tuvieron un papel central en la vida social de los inmigrantes en Argentina.
La comida, en el imaginario cultural italiano, siempre se ha conectado con una idea de familia, de convivialidad y de genuinidad de los productos. Si a esta concepción le añadimos la agenda sociopolítica de las instituciones italianas en Buenos Aires, según nuestro juicio, no puede ser una casualidad que sus publicaciones periódicas utilizaran el elemento culinario como uno de los instrumentos más contundentes para crear un sentimiento de comunidad entre los italianos residentes en Buenos Aires. Es posible, de hecho, que las asociaciones hicieran hincapié en la comida para suscitar un sentido de pertenencia identitaria y de comunidad, tanto por razones benéficas como para reforzar los vínculos patrióticos entre los migrantes y atraer así potenciales asociados.
Entre las páginas de los Annali de la Unión y Benevolencia no es raro encontrar referencias a celebraciones patrióticas o a fiestas dedicadas a sus asociados que muy a menudo se concluían con un “gran banquete social”, es decir un momento convival entre música y comida que los socios y sus familias podían atender. La comida era también un punto fundamental alrededor del cual se desplegaba la obra benéfica de las asociaciones italianas que pretendían mejorar el estilo de vida de los compatriotas promoviendo una dieta saludable y balanceada que los hiciera más sano tanto en la mente como en el cuerpo. En el número de los Annali publicado en marzo de 1932 se menciona, de hecho, que la junta había distribuido pan y leche a los alumnos de la escuela Edmondo De Amicis. Similarmente, en el número publicado en junio-julio de 1937 se lee que el mismo directivo exhortaba el pago de la membresía a la asociación para poder seguir donando diariamente a la escuela esos mismos alimentos. Asimismo, en varios números se pueden encontrar secciones dedicadas a sugerencias y consejos alimenticios, pero también artículos de carácter culinario y recetas, como podemos apreciar en las siguientes imágenes sacadas respectivamente del número de los Annali publicado en marzo de 1928 y del número de los Annali publicado en agosto de 1934:


Análogamente, también los empresarios y la prensa contribuyeron a promover actividades comunitarias haciendo hincapié en la comida ya que resultaba evidente que para los inmigrantes era importante poder conectarse con los aromas, los sabores y las texturas de las comidas y bebidas de su patria. Es notable como el diario La Patria degli Italiani, a través de sus anuncios, buscara influenciar los hábitos de consumo de sus lectores y acercarlos a productos conocidos. En una publicidad de La Patria degli Italiani de 1910, por ejemplo, un inmigrante podía leer acerca de las promesas del Gran Hotel Restaurante Italiano que comunicaba a sus potenciales comensales que degustarían “auténtica cocina italiana”. Otros empresarios, como se puede notar en una página de La Patria degli Italiani de 1915, prometían “agua mineral natural de mesa” y el más auténtico Fernet Branca proveniente de Milán.


En concreto, se estaba difundiendo un mercado propiciado por empresarios italianos (y promocionado por la prensa) que estaban dispuestos a conectar a sus paisanos con los sabores de su pasado y que ofrecían garantías de autenticidad. Un mercado que pronto proliferaría en los barrios de Buenos Aires, transformaría los hábitos culinarios de la ciudad (hasta el día de hoy, de hecho, es sencillo encontrar restaurantes que ofrecen pizza, sfogliatelle, cannoli o tiramisú como platos cotidianos) y contribuiría no solo a afianzar el sentimiento de pertenencia y a aliviar el de añoranza, sino que empezaría a dar forma al proceso de adaptación de la comunidad italiana en Argentina.