La escritura es una práctica que atraviesa a la inmigración porque fue una de las formas que encontraron quienes se movían para desahogarse cotidianamente y sostener un vínculo con el país y las personas que habían dejado. En los diarios íntimos, por ejemplo, se volcaban experiencias y sensaciones que tal vez no podían compartirse con otras personas pero que para el autor significaban un pequeño refugio cotidiano para descargar las experiencias negativas y positivas que la migración o el exilio desencadenaron.
Por otro lado, a través de las cartas que se enviaban a familiares y amigos los migrantes tenían posibilidad de relatar cómo transcurría la travesía: si habían encontrado trabajo o no, si se sentían cómodos en la sociedad que los acogía, qué cosas les llamaban la atención de una sociedad nueva y desconocida. Asimismo, el intercambio epistolar cargado de información y afecto ayudaba a sostener promesas de reunificación familiar en un futuro próximo. Es cierto, igualmente, que el índice de analfabetismo era alto, pero eso no impidió que esos migrantes se relacionaran con la lectura y la escritura. Por ejemplo, aquellos que sí poseían la habilidad de leer y escribir oficiaban como intermediarios escribiendo cartas en nombre de aquellos que no podían hacerlo.
Sin embargo, esa nutrida cultura epistolar también fue un refugio para narrar las penas que provocó el exilio y fueron una vía segura para conectarse con personas que podían brindar ayuda y asilo en distintos puntos del mundo. Los poetas, académicos y otros miembros de la cultura letrada que tuvieron que emigrar por motivos políticos, además de escribir cartas, utilizaron la escritura de sus obras como refugio en tiempos de zozobra.
El objeto que protagoniza este artículo representa un vínculo específico entre exilio y escritura. Esta máquina de escribir en el Museo de la Inmigración de Buenos Aires rememora a una diversidad de escritores que tuvieron que optar por el camino del exilio en la primera mitad del siglo XX. Especialmente, se propone recordar a través de este objeto, al exilio republicano español y sus sucesivas oleadas hacia distintos puntos del mundo, un importante fenómeno social y político del siglo pasado.
El golpe de estado que desencadenó la Guerra Civil Española (1936-1939) y que culminó con la victoria del llamado “bando sublevado” al mando de Francisco Franco, tuvo como consecuencia el exilio forzado de miles de personas y muchas de ellas eligieron como destino a la Argentina. Una porción importante de los perseguidos por el régimen franquista eran profesores, académicos, poetas y novelistas que pudieron hacer uso de una amplia red de relaciones personales para salir del país.
El poeta español Rafael Alberti fue uno de esos escritores que llegaron a la Argentina en busca de refugio y se encontró con lo que él llamó “redes de esperanza”,es decir, un grupo de amigos intelectuales y miembros de la cultura local que los acogieron y les permitieron continuar con su trabajo literario aquí. La escritura fue para muchos autores un modo de refugiarse del miedo, de la persecución y, al mismo tiempo, un trabajo y un modo de vida.
Como se puede observar en la fotografía, la máquina de escribir está acompañada de un pequeño texto. Se trata de un fragmento de “Memorias de la melancolía”, un libro conmovedor sobre la experiencia del exilio que escribió María Teresa León, escritora y esposa de Rafael Alberti. La trayectoria de esta pareja que migró desde España hacia Francia y luego hacia la Argentina estuvo marcada por la nostalgia que les produjo el destierro y la escritura fue su gran aliada en ese camino.